Rechinido de alas albanene, entre azul y buenas noches. Despiertan de mañana y se baten en el aire.
Frágiles al vuelo, desordenadas, oscilan entre azules verdosos y dorados colores. Se intercalan con las hojas y hacen forma de infinitos como quien dibuja en el aire con los dedos.
Se elevan queriendo alcanzar las nubes, pero se devuelven a los lirios, al lodazal y al agua clara.
Se paran con el cuerpo simétrico, delineado y esas alas que parecen párpados furiosos que nunca dejan de moverse. Avanzan atómicas y confunden su sonido con el agitar de las ramas.
Avioncitos de papel, retazos de hélices que nunca acaban por aterrizar, hacen suyo el tiempo cuando salen a la luz; extrañas patas de conejo de la buena suerte que nunca se dejan alcanzar.
Vuelan con dirección al sol, revelándose caleidoscópicas, sin poderlas explicar, solo aptas para admirar.
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